A veces he soñado, al menos, que cuando el día del juicio amanezca y los grandes conquistadores y abogados y hombres de Estado vayan a recibir sus recompensas -sus coronas, sus laureles, sus nombres grabados indeleblemente en mármol imperecedero-, el Todopoderoso se dirigirá a Pedro y dirá, no sin cierta envidia cuando nos vea venir con libros bajo nuestros brazos, “Mira, esos no necesitan ninguna recompensa. No tenemos nada que darles aquí. Les gustaba leer”. Virginia Woolf -Un cuarto propio y otros ensayos-

Me gustaría comprar todos los libros de Tolstoi y Dostoievski que ya leí pero que no tengo en mi biblioteca. También los de Daudet. Y los de Victor Hugo. A veces me pregunto qué hice con esos libros, cómo fui capaz de perderlos, en dónde los perdí. Otras veces me pregunto para qué quiero tenerlos si ya los leí, que es la forma de tenerlos para siempre. La única respuesta posible es que los quiero para mis hijos. Sé que es una respuesta tramposa: uno tiene que salir de casa a buscar los libros que lo esperan.

Roberto Bolaño

Wednesday, May 05, 2004

Voltaire -Del horrible peligro de la lectura-

Del horrible peligro de la lectura
Voltaire
Traducción de Malika Embarek López
Revista Saltana


Nos, Yúsuf Cheribi, por la gracia de Dios, muftí del santo imperio otomano, luz de las luces, elegido entre los elegidos, a todos los fieles que la presente vean, necedad y bendición.
Como fuera que Saíd Effendi, antiguo embajador de la Sublime Puerta ante un pequeño Estado denominado Frankrom, situado entre España e Italia, introdujo entre nosotros el uso pernicioso de la imprenta, y, habiendo consultado acerca de esta novedad a nuestros venerables hermanos, los cadíes e imanes de la ciudad imperial de Estanbul, y sobre todo a los alfaquíes conocidos por su celo contra el ejercicio de la razón, ha parecido oportuno a Mahoma y a Nos condenar, proscribir y anatemizar el mencionado invento infernal de la imprenta por las causas que a continuación se enumeran.
1º Esa facilidad para comunicar los pensamientos tiende evidentemente a disipar la ignorancia, que es custodia y salvaguardia de los Estados civilizados.
2º Es de temer que entre los libros traídos de Occidente se hallen algunos que versen sobre la agricultura y sobre los medios de perfeccionar las artes mecánicas, obras éstas que a la larga podrían (Dios nos libre) despertar el genio de nuestros cultivadores y de nuestros manufactureros, mejorar sus habilidades, aumentar sus riquezas e inspirarles algún día la elevación del alma y cierto amor por el bien público, sentimientos absolutamente opuestos a la sana doctrina.
3º Ocurriría a la larga que tendríamos unos libros de historia desligados del ámbito de lo maravilloso, que es lo que mantiene a la nación en una feliz estupidez; esos mismos libros otorgarían la desvergüenza de impartir justicia sobre las buenas y malas acciones, y aconsejarían la equidad y el amor por la patria, extremos ambos visiblemente opuestos a los derechos que imperan en esta nuestra plaza.
4º Podría ocurrir, con la sucesión de los tiempos, que unos miserables filósofos, amparados en el pretexto seductor, mas punible, de iluminar a los hombres y hacerlos mejores, llegasen a enseñarnos unas virtudes peligrosas de las que el pueblo no debe jamás tener conocimiento.
5º Podrían, al acrecentar el respeto que sienten por Dios e imprimir escandalosamente sobre papel que Él llena todo con su presencia, disminuir el número de peregrinos a La Meca, con gran perjuicio de la salvación de las almas.
6º Ocurriría, sin duda, que, de tanto leer a los autores occidentales que trataron en sus escritos de las enfermedades contagiosas y de la manera de prevenirlas, fuésemos lo suficientemente desafortunados como para preservarnos de la peste, lo que constituiría un grave atentado a los designios de la Providencia.
Por estas y otras causas, en nombre de la edificación de los fieles y del bienestar de sus almas, les prohibimos que lean jamás ningún libro, so pena de condena eterna. Y, por miedo a que la tentación diabólica les dé por instruirse, prohibimos asimismo a los padres y madres que enseñen a leer a sus hijos. Y, para evitar cualquier infracción de nuestra ordenanza, les prohibimos expresamente que piensen, bajo las mismas penas, instando a los verdaderos creyentes a denunciar ante nuestras autoridades a cualquiera que pronuncie cuatro frases unidas entre sí, de las que se pueda inferir un sentido claro y preciso. Ordenamos, pues, que en todas las conversaciones se utilicen términos que no signifiquen nada, según la antigua usanza de la Sublime Puerta.
Y, para impedir que ingrese de contrabando algún pensamiento en la sagrada ciudad imperial, encomendamos especialmente esta tarea al primer médico de Su Alteza, nacido en una marisma del Occidente septentrional, médico que, habiendo ya matado a cuatro personas augustas de la familia otomana, es el principal interesado en prevenir cualquier entrada de conocimientos en el país, otorgándole el poder, por la presente, de secuestrar cualquier idea que se presente por medio de escrito o de boca ante las puertas de la ciudad, y de conducir a dicha idea ante Nos, atada de pies y manos, para que le inflijamos el castigo que se nos antoje.
Dada en nuestro palacio de la Estulticia, en el séptimo día de la luna de muharram del año 1143 de la Hégira.