A veces he soñado, al menos, que cuando el día del juicio amanezca y los grandes conquistadores y abogados y hombres de Estado vayan a recibir sus recompensas -sus coronas, sus laureles, sus nombres grabados indeleblemente en mármol imperecedero-, el Todopoderoso se dirigirá a Pedro y dirá, no sin cierta envidia cuando nos vea venir con libros bajo nuestros brazos, “Mira, esos no necesitan ninguna recompensa. No tenemos nada que darles aquí. Les gustaba leer”. Virginia Woolf -Un cuarto propio y otros ensayos-

Me gustaría comprar todos los libros de Tolstoi y Dostoievski que ya leí pero que no tengo en mi biblioteca. También los de Daudet. Y los de Victor Hugo. A veces me pregunto qué hice con esos libros, cómo fui capaz de perderlos, en dónde los perdí. Otras veces me pregunto para qué quiero tenerlos si ya los leí, que es la forma de tenerlos para siempre. La única respuesta posible es que los quiero para mis hijos. Sé que es una respuesta tramposa: uno tiene que salir de casa a buscar los libros que lo esperan.

Roberto Bolaño

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Monday, March 28, 2005

Alberto Majoral -Se es lo que se come-

Se es lo que se come
Alberto Majoral

Un escritor mexicano que murió en el temblor del 85 escribió un cuento sobre un tipo que se alimentaba de lo que leía. Ya no me acuerdo bien, lo leí cuando su autor aún estaba vivo. El personaje del cuento, por ejemplo, se podía desayunar con unos cuentos de Arreola, algo ligerito y nutritivo. Para comer se leería Paradiso de José Lezama Lima, o una comedia de Calderón, acompañada de unos sonetos metafísicos de Quevedo; y para beber, algo fresquito de Garcilaso. Unas chuletitas de poesía no le vienen mal a nadie; a mí me gustan mucho las de Wallace Stevens. Para merendar, yo le recomiendo algo sabroso pero que no pudra la dentadura, tal vez unos textos cortos de Alvaro Cunqueiro. Algunas editoriales venden tapas por cien o doscientas pesetas. Todo el mundo sabe que no se debe cenar en exceso, a mí me ocurre que luego no puedo dormir. Los gastrónomos más avezados insisten en preparar sus menús únicamente con productos de temporada. Es buena idea porque se suelen evitar las hormonas y sustancias post-genéticas que necesitan las cosechas para sobrevivir lejos de su época. Así, según la temporada, yo le sugeriría al personaje de aquel cuento la Sonata de primavera (Valle-Inclán), el Sueño de una noche de verano (Shakespeare), El otoño del patriarca (García-Márquez) o el Libro del Frío (Antonio Gamoneda).
De vez en cuando, uno es débil y llama a la pizzería para que le traigan un best-seller. Conozco a quien se levanta a medianoche, va al frigorífico y se lee un par de capítulos del Quijote a escondidas, teme que le tomen por glotón. Hay gente que se atraganta de pasteles y poemas de amor de Neruda, después llegan a su casa con el apetito diezmado. Resulta repugnante ver a un gordo por la calle tragándose una novela de John Grisham; se sabe perfectamente que la población norteamericana padece de obesidad porque leen grasas de crimen y misterio y glucosas de Danielle Steel en exceso.
Nosotros, la gente que comemos en español, en cambio, estamos algo desnutridos, y conozco a gente que está anémica de lo poco que lee. Pero podemos confeccionar un menú barato y nutritivo para ayudar a estas personas a recuperar sus salud. El Ómnibus de poesía mexicana de Gabriel Zaid incluye las letras de canciones populares y de algunos corridos. No está mal para empezar. También se puede leer uno que otro poema del resto de la antología, pero sin excederse; tampoco me interesa dañarle el aparato digestivo a nadie. Los cuentos de Juan Rulfo contienen una sana cantidad de calorías y no caen pesados, son buenos para leer en verano. Cuando vamos de picnic siempre hay que llevar algo de Kafka, lo digo porque un poco de claustrofobia no viene mal cuando se pasan tantas horas al aire libre.
Comidas más sustanciosas pueden incluir algo de Julio Cortázar o de Borges, aunque debo avisar que la lectura sin medida de éste último puede causar estreñimiento. Si de verdad queremos recuperar la salud debemos leer a los novelistas del siglo diecinueve, excelentes para ayudarnos a afrontar los rigores del invierno. Yo, como la hormiga de la fábula, tengo bien abastecida mi biblioteca con libros de un alto nivel calórico: Dostievsky, Tolstoi, Dickens, Clarín y Pérez Galdós, además de la poesía completa de Robert Browning. No pienso pasar ni hambre ni frío.
No crean que soy tan trabajador ni previsor. También tengo algo de cigarra y leo cosas recién publicadas. Aquí no recomiendo nada porque depende del hedonismo y las glándulas salivares de cada quien.
El que se quiera poner a dieta debe leer únicamente cosas de Samuel Beckett, no cabe duda de que para adelgazar hay que sufrir, aunque tampoco se trata de morirse de inanición. Tengo un amigo que se puso en huelga de hambre y dejó de comprar libros. Los médicos lo conectaron a una botella de suero llena de aforismos de Nietzsche, lo que a mí me pareció de una violencia terapéutica excesiva. Con todo, tardó varios meses en recuperarse, pobrecito. A otro conocido mío le dio por leerse una novela entera de Mujica Laínez, creo que Bomarzo , ¡en una sola noche! Por suerte lo encontramos a tiempo, un par de párrafos más y se nos va; lo llevamos rápidamente al hospital, donde le practicaron un lavado de estómago y en pocas horas quedó como nuevo. Esto lo menciono a modo de aviso para que nadie piense que se me paga por promover el pecado la gula, me han dicho que hay otros más interesantes. Por ejemplo, no he dicho nada de Proust en todo el artículo, los interesados pueden encontrar sus obras en cualquier Boutique del Gourmet.
A mi me da envidia la gente que puede leer lo que le dé la gana, incluso en exceso, y no engorda. El otro día vi a una señora en el autobús que leía una novela de Rosa Montero; me parecieron sumamente desagradables los ruidos que hacía al masticar, la gente que lee esas cosas parece toda comer con la boca abierta. Otros padecen de bulimia, una enfermedad muy seria que requiere tratamiento psiquiátrico: leen mucho y luego te lo cuentan. Lo malo es que su memoria retiene poco, ya que no llegan a digerir lo leído. Algo parecido ocurre con los anoréxicos, personas que no pueden ni acercarse a un libro. Siempre piensan que les sobra cultura, o sea que están gordos. Pero vistos de perfil son casi invisibles. Mal asunto.
Otros padecen de gastritis, leen una página y la acidez de estómago los obliga a encender el televisor inmediatamente. Queda claro que la alta cocina no es para ellos. Los desdentados leen sólo papilla, comics y cosas por el estilo. Conocí a un tipo que le habían operado la quijada y no podía abrir la boca, tenía unos hierros que le mantenían la mandíbula inmóvil de manera que su madre le tenía que pasar todos los alimentos por la licuadora. Así se pasó seis semanas leyendo libros de autoayuda.
La última vez que estuve enfermo, no podía leer nada. No se trataba de nada grave, pero leía cuatro líneas y me mareaba. Así que Carmen, mi señora, me trajo unos libros en casette. Mientras convalecía, escuché toda la Ilíada, en voz de Derek Jacobi. Cuando se está enfermo hay que comer bien para poder volver a las andadas lo antes posible.
Ya ven ustedes que no soy un gran gourmet, ni siquiera un experto en nutrición, pero tengo una lista de lecturas bien equilibrada, una mezcla dieta mediterránea, que los expertos dicen es tan saludable, y de distintas cocinas europeas y americanas, sobretodo de la mexicana. Como buen mexicano está claro que seré aficionado al picante, pero esas lecturas las guardo debajo del colchón.
Por cierto, el personaje del cuento que mencioné al principio murió de indigestión después de leer Terra Nostra, de Carlos Fuentes. Espero que a ustedes no les haga falta un alka-seltzer después de leer este plagio.
Bon apetit.

Sunday, March 27, 2005

Alberto Manguel -Placeres de la lectura-

Placeres de la lectura
Alberto Manguel

Mi biblioteca es una suerte de autobiografía. En la proliferación de anaqueles hay un libro para cada instante de mi vida, para cada amistad, para cada desilusión, para cada cambio. Jalonan mis años como esas piedras blancas que marcan la ruta de un peregrino. Una anotación en el margen, una mancha de café, un olvidado boleto de tranvía sirven para señalar antiguos aniversarios. Mi ejemplar de Don Quijote (en dos volúmenes, editado por Isaías Lerner y Celina S. de Cortázar, con ilustraciones de Roberto Páez, publicado por la querida y llorada Eudeba, víctima como tantas buenas cosas de la dictadura militar) me vuelve a mi colegio nacional de Buenos Aires, a las deslumbradoras clases de literatura española en las que el mismo Lerner, brillante erudito, nos comunicaba su pasión por la lectura detenida, enseñándonos a demorarnos en un texto hasta saber de memoria su acogedora geografía. Lerner nos enseñó cómo hacernos amigos de los (al parecer) aterradores clásicos, cómo volverlos nuestros, cómo sentirlos íntimos sin que nos intimiden. La crónica de aquellos años se halla trazada en mi Garcilaso, mi Celestina, mi Berceo, mi Arcipreste de Hita. Mi amistad con ellos dura desde aquellas clases.

Mi placer en la lectura es aún más antiguo. Cuentos, leyendas, aventuras, las vidas ricas y arriesgadas del Capitán Nemo, de Sherlock Holmes, del Zorro Reinhardt y de Gatito, de Robinson Crusoe, de Pinocho, de Emilia y de Narizinho, y de tantos otros que conocí entre las cubiertas de un libro, fueron mías desde muy temprano. Dos aspectos de su lectura me deleitaban por sobre todo: saber la conclusión de sus viajes y poder olvidarla al abrir una vez más el libro. Uno de los encantos de la lectura, común en los libros y en los lectores de una cierta edad, es la repetición. Los teólogos han decretado que ni siquiera Dios puede volver a recorrer el pasado; este poder negado a todo Autor pertenece sin embargo a cada lector dispuesto a empezar nuevamente en la primera página de un cuento.Placer del diálogo con antiguos iluminados, placer de la aventura extraordinaria. También, y no menor, placer de la experiencia indirecta, vivida por otro para nosotros solos. Vivir en el Londres de Dickens, en el Madrid de Galdós, en la Sicilia de Pirandello; asistir a los descubrimientos de Fabre y de Plinio: sentir la pasión de Medea, la desolación de Törless, la rebelión de Montag, la tristeza de Pelo de Zanahoria –ser, por un momento, quienes soñaron ser estas criaturas levemente inmortales-. Vivir lo imposible: perderme en el oscuro placer de las pesadillas de Bioy, de Stevenson, de Wells, de Silvina Ocampo, de Cortázar, de Tibor Déry, de Kobo Abe.

A veces, la función de mis libros es revelatoria. Leer por primera vez a Benjamin, a sir Thomas Browne, a Chesterton, a Calasso, a Vila-Matas y ser guiado por un luminoso laberinto de ideas que parece construido para ayudarme a pensar, se me hace una experiencia equivalente a la iluminación de la que hablan los sabios. En esas tardes de epifanía el placer es puramente y hondamente intelectual, acto cuyo prestigio nuestras sociedades hoy desechan.A veces mis libros me ofrecen el simple placer de lo sonoro: leer versos de san Juan de la Cruz, de Darío, de Gertrude Stein, de Yves Bonnefoy, de Stefan George, de Antonio Botto, párrafos de Christa Wolf, de Lezama Lima, de John Hawkes, de Joyce, frases en las que la música del idioma prima sobre el sentido. Leer por ejemplo este verso del (para mí) desconocido Francisco de Aldana: “Que do sube el amor llegue el amante” me regocija, y confieso, después de años de frecuentarlo, no entenderlo.A veces, la función de mis libros es la de relicario. Mi ejemplar de Redoble de conciencia, cuya cubierta color plata de la editorial Losada lleva apuntado un número de teléfono ahora para siempre secreto, me acompañó en una de mis excursiones al sur de Argentina durante mis años de colegio. Al borde de un lago al pie de los Andes, en torno a la fogata de nuestro campamento, después de cantar a pleno pulmón El ejército del Ebro, un compañero de clase abrió mi libro y nos leyó en voz alta un poema de Blas de Otero. Nos apasionó: Dios y la lucha revolucionaria convienen perfectamente a las pasiones del lector adolescente. Años después, en Canadá, habiéndome enterado de la muerte de ese amigo en una cárcel militar de la Patagonia, encontré el poema que había recitado aquella noche y que termina así en la página 120: " Y yo de pie, tenaz, brazos abiertos, / gritando no morir. Porque los muertos / se mueren, se acabó, ya no hay remedio”.
No hay remedio. La lectura no consuela. En cambio puede, misteriosamente, servir de espejo. En un verso de Blas de Otero, en un párrafo del Quijote, en las menos prestigiosas palabras de Emilio Salgari o Conan Doyle, algo –una imagen, una música, una idea- adquiere para un determinado lector la calidad de traducción de una sensación precisa, de una intuición, una ocurrencia. El regreso de Ulises, la muerte de Melibea, el curioso martirio de San Manuel Bueno, la pasión de Clarisse en Esplendor de Portugal, la apenas comenzada vida de Tristram Shandy, las decorosas listas de Sei Shonagon, son algunas de esas páginas en las que he encontrado, repetidamente, el reflejo de mi experiencia. María Elena Walsh escribió hace muchos años un poema cuya conclusión dice así: “Y si alguna vez te desespera / un gran silencio, es el silencio mío”. Basta leer esto para no sentirme solo.

Artículo publicado en Babelia el 31 de agosto de 2002© El País

Saturday, March 26, 2005

Michela Mancini -Los estudios sobre la lectura-

Los estudios sobre la lectura
Michela Mancini

Para estudiar el e-Book (libro electrónico) es oportuno considerar los estudios de teoría de la literatura, crítica literaria, sociología, antropología y psicología dado que, a partir de los años sesenta, estas disciplinas centraron su interés en la relación comunicativa entre el lector y el texto, y anticiparon y orientaron algunas problemáticas del libro electrónico y de su lectura.

1. La perspectiva retórica
A partir de los años sesenta, el tema de la lectura ha sido objeto de numerosas investigaciones y ha sido estudiado bajo distintos enfoques, entre ellos cabe destacar: i) cómo funciona la lectura, ii) qué relación hay entre lectura y texto literario, iii) qué papel tiene el lector.
Las teorías de la lectura que estudian el problema de la interpretación, priman la perspectiva retórica y analizan escrupulosamente los efectos que un texto provoca en su receptor: placer, educación, conmoción.
Wayne Booth en The rhetorich of fiction (La retórica de la ficción, 1961, Editorial Bosch) define su área de investigación dentro de los límites de la “narrativa no-didáctica” – épica, novela, relato – entendida como “arte de comunicar” y “contenedor de recursos retóricos” que permiten que el autor proponga al lector una determinada visión del mundo.
La narrativa presenta al lector un sistema complejo de normas y juicios de valor. Anticipando al “escritor implícito” de Wolfang Iser (ISER 1976), el "escritor implícito" de Booth dicta las reglas de la narración, que incluyen también una orientación ideológica, sobre la que el lector plasma su respuesta al texto (BOOTH 1961).
Michel Riffatterre subraya la importancia de un cambio de perspectiva y afirma que para describir la literariedad de un texto es necesario poner la atención en los efectos que produce (RIFFATTERRE 1979).
Joseph Hillis Miller en Fiction and repetition: Seven English Novels (Ficción y Repetición: Siete Novelas Inglesas, 1982) escribe que la relación entre un texto y sus fuentes delata un ambiguo discurso de identidad y diferencia y que el objetivo de la crítica consiste en examinar el funcionamiento retórico del texto. Escritor y lector son dos recursos interpretativos que garantizan una coherencia de lectura sin definir su validez absoluta (BOOTH 1961).

2. Fenomenología y semiótica
Vincular el texto a su contexto, a las convenciones que lo rigen y fundamentan, convierte al lector en un conjunto de relaciones y en un “cruce enciclopédico” (BERTONI 1996: 25).
La lectura es el resultado de la interacción entre una estructura – el texto – y una acción – la respuesta del lector. La obra literaria que nace de este encuentro, se sitúa en una dimensión virtual intermedia entre el texto del escritor y la experiencia del lector. En Das literarische Kunstwerk (La obra de arte literaria, 1931) Ingarden afirma que durante la lectura, el sujeto descubre y construye el sentido de las palabras que lee a través de selecciones, combinaciones, organizaciones, anticipaciones y retrospecciones. El resultado de esta actividad creativa es una “elaboración virtual” que transforma el texto en un evento por experimentar.
En la década de los sesenta, un grupo de teóricos de la lectura empezó a estudiar la obra literaria como estructura o red de relaciones entre sus elementos formales, donde el lector también es parte del sistema. El modelo del texto-céntrico atribuye al lector un papel pasivo, subordinado a la intencionalidad del mensaje (la estrategia textual), necesario solamente para la mera decodificación de los signos. Barthes en Éléments de sémiologie (Elementos de Semiología, 1964) intenta reconstruir el funcionamiento de los sistemas de significación a través de la construcción de un simulacro de fenómenos observados.
En toda obra literaria existe una tendencia general hacia la repetición, por esa razón, las relaciones establecidas por la estructura textual determinan la imposibilidad de una lectura arbitraria. Es como si el mismo texto facilitara las instrucciones para su lectura (TODOROV 1966).-
Genette en Figures (Figuras, 1966) define el texto como un tejido figural donde se entrelazan el tiempo del escritor con el tiempo del lector y las obras literarias se citan la una a la otra siguiendo ciclos irreversibles, como ocurre en el Quijote de Pierre Menard del relato de Borges (BORGES, Narraciones, 1944).
A finales de los años sesenta se abrió paso la semiótica, disciplina que estudia las normas y las convenciones que generan los significados de los fenómenos indentificando en el lector el creador único del significado de una obra, interpretándola en relación con los códigos que la organizan.
La obra literaria es un sistema intertextual, un mosaico de citas que reúne múltiples discursos culturales en un único espacio obligando al lector a descubrir los fragmentos de los numerosos textos que la componen. (KRISTEVA 1969).
El fenómeno literario consiste en un intercambio dialéctico que, como escribe Greimas en Du sens (Del sentido, Editorial Gredos, 1970), identifica en el texto el punto de partida de un proceso generativo. Umberto Eco en Lector in fabula (Lector in fábula, Editorial Lumen, 1979) indaga específicamente sobre el papel del lector y sobre la dinámica de la cooperación interpretativa finalizada a la actualización del texto. Tanto Eco como Scholes consideran el texto como un esquema abierto e incompleto (SCHOLES 1989; ECO 1990).

3. El lector: colaboración y conflicto
Durante los años cincuenta vieron la luz los primeros estudios que analizaban la relación entre lector y texto tanto en la forma de colaboración y complicidad como de conflicto. En el texto literario, la escritura y la lectura reflejan dos intencionalidades distintas: la del escritor y la del lector. Según esta perspectiva, analizada por Sartre en Qu'est-ce la littérature (1948), el lector cree en el escritor, en el mundo de la novela y en su ficción, y establece con él un acuerdo recíproco.
Según Jauss, en Literaturgeschichte als Provokation der Literaturwissenschaft (La historia de la literatura como provocación, Editorial Península, 1967), la lectura combina pasividad y actividad y la recepción del texto tiene lugar en el acto de la lectura.
La hermenéutica tiene como objetivo la búsqueda de las relaciones entre pasado y presente, entre el sentido normativo del texto y el sentido desviado. La tradición puede perdurar en el tiempo sólo gracias a la posibilidad de su reconstrucción retrospectiva mediante un público dinámico que se transforma en cada nueva lectura y que al mismo tiempo participa en su producción. (JAUSS 1982).
Para Blanchot la duplicidad de las intenciones origina un conflicto en el “campo de batalla literario” donde el lector intenta deshacerse del autor (BLANCHOT 1955).Poulet, en Phenomenology of reading (Fenomenología de la lectura, 1969), atribuye al lector una doble identidad: una, desvinculada de la lectura y extraña al texto, y la otra que participa y se identifica con la ficción literaria.
Iser en Der Akt des Lesens (El acto de la lectura, 1976) propone un modelo de relación ambivalente donde la lectura es un proceso que fluye siempre en dos sentidos como interacción dialéctica confiriendo al texto la función de guía y al lector la de productor activo de significado.
Jonathan Culler en Prolegomena to a theory of reading (Prolegómeno a la teoría de la lectura, 1980) afirma que, para poder leer una secuencia lingüística literaria, el lector debe asimilar gradualmente una competencia literaria, una especie de gramática que permite convertir las secuencias verbales en estructuras y en significados literarios. Por eso, el conocimiento de un idioma no es suficiente, hace falta que el lector disponga del repertorio que configure expectativas e hipótesis interpretativas (CULLER 1980).El "horizonte de expectativas" es un sistema relacional, un contexto que envuelve cualquier obra literaria en el momento de su concepción, permitiendo medir su eficacia en relación con el momento histórico que la ha producido (JAUSS 1982).

4. La deconstrucción
Según Culler la deconstrucción representa el apogeo de los recientes estudios sobre la lectura. A finales de los años sesenta, la deconstrucción era una estrategia que quería desmontar las oposiciones jerárquicas del pensamiento occidental. La literatura no es un diálogo entre seres humanos, sino más bien un diálogo impersonal entre textos (CULLER 1982).
Los textos deconstruyen los sistemas filosóficos que los sustentan, determinando un aplazamiento sin fin del significado, fenómeno definido por Derrida como différance (DERRIDA 1967).
Según la escuela de Yale, y más concretamente Paul De Man, el texto no necesita ser deconstruido mediante una intervención externa. Su aparente unidad orgánica, total y coherente, revela una estructura hecha de fragmentos que se interponen al proceso de interpretación. Según De Man entre el lector y el autor no tendría que existir ninguna barrera y el paradigma de una lectura ideal consistiría en la coincidencia entre el “significado leído” y el “significado hablado o escrito” (DE MAN 1971).

4.1. Tradición y lectura
El problema de la lectura está vinculado a la tradición. Desde los primeros años setenta, Bloom, vinculado a la escuela de Yale (Paul De Man, J. Hillis Miller y Geoffrey H. Hartman, en parte más próximos al concepto de decosntrucción de Derrida), empieza a delinear su teoría literaria centrada en el "Revisionismo" (BLOOM 1975).
En A map of misreading (Un mapa de mala lectura, 1975) Bloom habla de la "influencia poética" como de la relación entre los textos. Esta relación depende de un acto crítico, una mala lectura: los actos críticos realizados sobre cualquier texto por un “lector fuerte” cualquiera.
El lector fuerte es un "revisionista" que intenta encontrar una relación – "la verdad" – en los textos o en la realidad, que trata también como texto. Revisionismo significa volver a mirar y, para Bloom, esta acción se manifiesta mediante una representación. La lectura que se trasforma en nueva escritura será siempre un error interpretativo, un malentendido: misreading (BLOOM 1975: 11).
Sin tradición no podríamos escribir, enseñar, pensar, leer; “la tradición literaria empieza cuando un escritor novel es conciente tanto de su lucha contra las formas y la presencia de su predecesor como del puesto que éste ocupa en relación con la tradición” (BLOOM 1975: 40). Lo que llamamos "literatura" está estrechamente vinculado a una educación y a una tradición continua que empezó en el siglo VI a. C. cuando los escritos de Homero se convirtieron en material didáctico para los griegos (BLOOM 1975: 41).

4.2. "Creación" e "imaginación"
La literatura consiste en la doble acción de leer y escribir: “la literatura, y el estudio de la literatura, fueron originariamente un único concepto […] cuando los primeros estudiosos de los textos literarios totalmente distintos de los poetas crearon su filología en Alejandría, empezaron clasificando y seleccionando a los autores” (BLOOM 1975: 42).
Para Bloom la creación poética es catástrofe o "romper la vajilla", un impulso vital divino y devastador que, a través de una metafórica explosión, genera la poesía. La imaginación en la poesía habla de los orígenes y, en consecuencia, de sí misma y sobre todo de su preservación. La misión de la imaginación primitiva es la instauración de normas fijas como respuesta al caos del mundo (BLOOM 1975: 73).
Como instrumento de preservación, la imaginación es el conjunto de todos los tropos descritos por los antiguos oradores. Bloom considera los tropos como un sistema de representación en continua metamorfosis que, por un lado, estimula la imaginación y, por otro, la sobrepasa constituyendo su paso sucesivo, es decir el acto arbitrario de lectura en el momento en que se renueva el lenguaje natural (BLOOM 1975: 75).

5. Los Cultural Studies
A principio de los años ochenta, la sociología ha empezado a centrar su atención en la observación de los procesos culturales. Bajo la etiqueta de “procesos culturales” han encontrado cobijo los estudios que en Inglaterra se conocen como “cultural studies”. Cultures and societies in a changing world de Wendy Griswold (Culturas y sociedades en un mundo cambiante) es una introducción a la sociología que estudia los fenómenos culturales, como por ejemplo las historias, las creencias, los medios de comunicación, las obras de arte, las prácticas religiosas, las modas y los rituales. Para explicar el comportamiento social hay que estudiar los individuos como productores de significados y manipuladores de símbolos.
El modelo elegido para explicar la metodología – el "diamante cultural" – abarca cuatro aspectos fundamentales y comprende:
1. los objetos culturales – símbolos, creencias y prácticas – ,
2. los creadores culturales – las organizaciones y los sistemas que producen y distribuyen objetos culturales – ,
3. los destinatarios culturales – los grupos que reciben el mensaje cultural – ,
4. el mundo social – el contexto en el que la cultura se crea y se desarrolla (GRISWOLD 1994: 8).
Durante el siglo XIX, los intelectuales europeos afirmaban la existencia de una oposición entre cultura y “civilización”, donde la palabra “civilización” indicaba los procesos tecnológicos de la Revolución Industrial y las transformaciones sociales que la acompañaban. Durante la segunda mitad del siglo XIX, Matthew Arnold, literato y pedagogo inglés, formulaba en Culture and Anarchy (Cultura y anarquía, 1869) una teoría universal del valor cultural, en la que afirmaba que la cultura era un estudio de la perfección. La cultura podía hacer la civilización más humana devolviéndole “dulzura y luz”, una expresión usada como sinónimo de belleza y sabiduría. Griswold comenta el texto de Arnold, afirmando que como la miel y la cera producidas por las abejas, la belleza y la sabiduría producidas por la cultura derivan: a) de la conciencia y de la sensibilidad hacia “lo mejor del pensamiento y del conocimiento” tanto en el arte como en la literatura, en la historia y en la filosofía y b) de "una razón justa", una inteligencia abierta, flexible y tolerante (GRISWOLD 1994: 19).
Arnold interpretaba la cultura en su intento educativo. La civilización tenía una relación potencialmente armoniosa con el saber, la belleza, el comportamiento y las relaciones sociales; la cultura podía facilitar esta armonía. El arte, como la cultura en general, amplificaba la experiencia potenciando la sensibilidad y el criterio de las personas (ARNOLD 1869).

5.1. La cultura como "teoría del reflejo"
Griswold escribe que la historia avanza por etapas, cada una marcada por algún tipo de revolución. Se habla de “teoría del reflejo” para describir la acción de la cultura de informar sobre lo que ocurre en la sociedad. (GRISWOLD 1994: 52). La idea de que la cultura refleja la estructura social como un espejo, proporciona un modelo par aentender la conexión entre cultura y sociedad y sugiere la dirección principal de la relación de influencia. Además, este modelo permite que se utilice la cultura como testimonio social.
Otras modernas teorías sociológicas analizan la cultura en su conexión con el mundo social subrayando el aspecto de los "contenedores de significado" y afirmando que la cultura, contrariamente a los espejos, es selectiva. Las obras de arte, de hecho, mantienen un valor por la atribución de nuevos significados que no dependen del período de la cultura en el que se ha producido la obra (GRISWOLD 1994: 55).
El acercamiento a la producción colectiva indaga sobre los mecanismos mediante los cuales la colectividad se autorrepresenta. Los receptores de estas autorrepresentaciones – los lectores, socialmente plasmados e involucrados en la cultura que experimentan – son portadores de expectativas. (GRISWOLD 1994: 129).

6. La sociología de la literatura
A finales de los años cincuenta, Ian Watt en The rise of the novel (Orígenes de la novela, 1957) afirmaba que los cambios en la composición de un público nacional de lectores puede contribuir a crear y a desarrollar nuevas formas literarias e identificaba en los cambios del público del siglo XXVIII las razones principales de la ruptura con la tradición literaria precedente, condición indispensable para los orígenes de la novela. En los mismos años, Robert Escarpit traza una conexión unilateral entre la aparición de una determinada obra literaria y la expectación de un determinado grupo social (ESCARPIT 1958).
En Pour une sociologie du roman de Goldmann (Para una sociología de la novela, Editorial Ayuso, 1965), la obra se convierte en conciencia de una determinada clase social, en la que se sitúan su fuente y su destino literario: escritor y lector, entre ellos socialmente homogéneos, se mueven en el telón de fondo de un mismo sistema donde ambos son creadores del texto.
Queda siempre un margen de acción para una actividad utópica y rebelde, dispuesta a derribar continuamente la autoridad normativa de la lectura “correcta”: es la actividad del lector. Según Jacques Leenhardt y Pierre Jòzsa, una sociología de la lectura tiene entonces su fundamento en una sociología del conocimiento (LEENHARDT-JÒZSA 1982).

6.1. El sistema editorial
En los últimos años, algunos estudiosos italianos han centrado su atención en el sistema editorial.
En L'editore e i suoi lettori (El editor y sus lectores, 2000) Cadioli analiza la influencia que el sector editorial ejerce en la recepción de una obra literaria. Durante el siglo XVIII, la palabra editor se utilizaba para indicar a la persona que decidía las características físicas de una obra en el momento de su publicación, mientras que en el siglo XIX, el término pasó a indicar a la persona que, tras encargarse de la publicación de los libros, los pone en el circuito de distribución y venta. El examen de los catálogos de las editoriales muestra claramente una búsqueda que encaja en el modelo propuesto por el mercado. Gracias a este cuadro, percibimos la imagen que una cultura tiene de sí misma, es decir el modelo de cultura perseguido por los grupos institucionales, representados por los editores.El editor participa en el panorama cultural mediante:
- la elección de los títulos que quiere publicar,
- la decisión de las formas que tendrá cada uno de los libros que componen su catálogo,
- la elección de los aparatos paratextuales entre los que se pueden incluir los elementos gráficos o tipográficos (colecciones, prefacios, notas, ilustraciones) (CADIOLI 2000: 9).

7. La psicología de la lectura
Las investigaciones sobre la psicología de la lectura han evidenciado el hecho de que la lectura no es una actividad genérica, sino una función de la identidad individual, un proceso que reproduce la estructura mental de un individuo (HOLLAND 1968). En este nuevo modelo el individuo construye la experiencia literaria según su carácter como reproducción personal de su identidad. (HOLLAND 1968).
El proceso de lectura es el resultado de la combinación de distintos aspectos personales y comunes, únicos y universales, y esto demuestra que la respuesta a la literatura nunca es completamente idiosincrásica o normativa. En este caso es la participación de códigos y de hipótesis interpretativas que vinculan el significado potencial mediado por la aprobación de la comunidad.
Del encuentro entre un individuo y un conjunto de símbolos verbales nace la obra literaria que no es un objeto o un ente ideal, cerrado en su autonomía ontológica. La obra literaria es un proceso: una actividad dinámica, personal y única. El texto-guía es el modelo elástico que permite al lector emprender distintos caminos (ROSENBLATT 1978).
En otros estudios, la psicología de la lectura ha abarcado los aspectos cognitivos principales, entre los que cabe destacar: movimientos oculares, problemas perceptivos, estudio de letras, palabras, contextos, y problemas relacionados con el lenguaje, el aprendizaje y la dislexia (CROWDER–WAGNER 1982).
Croweder da una definición de la actividad de la lectura mediante un modelo prototipo que incluye tres “conquistas”:
- la evolución del lenguaje considerada como un salto cualitativo en la historia biológica,
- la historia intelectual del hombre, es decir la evolución del lenguaje escrito testimonio de un progreso,
- la adquisición de los conocimientos básicos en la escuela durante los primeros años.En The modularity of mind (La modularidad de la mente, Editorial Morata, 1986), Fodor subraya que la psicología científica del siglo pasado ha propuesto un modelo de mente humana estructurada en procesos transversales que entran en juego simultánea y paralelamente en todos los comportamientos del individuo. En este esquema, la percepción, el aprendizaje y la memoria son facultades que interactúan en cualquier comportamiento humano (FODOR 1983).
Fodor, hablando de la literatura tradicional y de la memoria como lugar donde se almacenan las creencias, cita el Teeteto o de la ciencia, de Platón que compara la memoria con una jaula de pájaros que encierra o libera los recuerdos. La mente posee estructura propia y los contenidos mentales disfrutan de localizaciones provisionales en un telón de fondo fijo “las cosas tienen lugar en la mente y existen unas limitaciones a los acontecimientos mentales dependiendo de las características estructurales de la mente” (FODOR 1983: 37-38).
En este tipo de arquitectura, un tema frecuente en los estudios de psicología de las facultades, identificar la localización de un recuerdo determinado no depende del contenido, sino, en cambio, del tiempo pasado entre el hecho y su recuperación.La tradición vertical de la psicología de las facultades se identifica con los estudios de Franz Joseph Gall (1758-1828),
fundador de la frenología. Para Gall existe un “conjunto de propensiones”, predisposiciones, cualidades y actitudes que forman subsistemas separados (GALL 1825).
Fodor ha creado el término "facultades verticales" para facilitar la interpretación del texto de Gall.Fodor, para presentar este modelo de mente, caracteriza las funciones de los sistemas psicológicos en analogía con la estructura de los ordenadores. La novedad de la postura de Fodor consiste en el reconocimiento de la modularidad de los sistemas de input: las facultades verticales están caracterizadas por mecanismos computacionales con dominios específicos (FODOR 1983: 183). Para David Bleich la subjetividad es una condición epistemológica fundamental para cualquier ser humano, dado que la ficción de una realidad objetiva es la presunta objetivación de un punto de vista personal. El conocimiento es un proceso que se debe construir y no un objeto que hay que encontrar. Para Bleich el texto no posee ningún poder real sobre el lector y su iniciativa (BLEICH 1969).
Para Fish las estrategias interpretativas constituyen la forma misma de la lectura, es decir cada acto perceptivo es una interpretación. (FISH 1980).

8. El lector y las imágenes
Algunas investigaciones han centrado su atención en el estudio de las imágenes como instrumento fundamental, conjuntamente con el libro, para la adquisición de la cultura. Subrayando, en particular, el papel determinante de las imágenes en la expansión de la cultura occidental y de sus mitos.
Gruzinski en La Guerre des images (La guerra de las imágenes, 1989), analiza el conflicto sobre las imágenes que caracterizó, durante el siglo VIII, al Imperio Bizantino. En el siglo XVI, la Reforma protestante y la Contrarreforma católica marcaban posturas opuestas y decisivas para la época moderna, en la que se asistía, sobre todo en América latina, a la “apoteosis barroca de las imágenes católicas”. (GRUZINSKI 1989: 10).
Las imágenes, "didácticas, milagrosas y electrónicas", servían para difundir la cultura occidental, colonizar, uniformar los territorios conquistados.
Por distintas razones – la evangelización, la difusión de la imprenta y el progreso de la técnica del grabado – la imagen ejercía, durante el siglo XVI, un papel determinante en la conquista y en la colonización del Nuevo Mundo. Para Gruzinski, México constituye un ejemplo importante para observar cómo la América colonial duplica las estructuras, las instituciones, las prácticas y las creencias propias de Occidente. A partir del siglo XVI, la Iglesia envía sus misioneros para difundir el cristianismo y construir iglesias y conventos. España instituye sus virreyes, los tribunales y la burocracia, y construye sus ciudades. Europa envía sus arquitectos, pintores y músicos constituyendo un sistema que asume la responsabilidad de integrar la sociedad y las culturas que, en un primer momento, ha destruido. La imagen ha sido primero un instrumento de orientación -los mapas-, luego de educación y al final de dominio (GRUZINSKI 1989: 11).
El libro de Chastel Fables, formes, figures (Fábulas, formas y figuras, 1978) es una recopilación de ensayos que abarcan temas relacionados con la representación visual considerada desde diferentes puntos de vista: las técnicas usadas, la función del artista, el uso de formas y contenidos propios de la literatura, de los rituales o de otras imágenes. Mediante el análisis de fábulas, formas y figuras, Chastel estudia el imaginario y las formas de su representación en el marco de la sociedad occidental, centrando su atención en los detalles que, entre celebración y forma, se realizan como percepciones simultáneas de datos pertenecientes a situaciones distintas. La cultura y el arte representan un mundo en el que un conjunto determinado de elementos se organizan y se componen según combinaciones y estrategias diferentes que el historiador debe descifrar.
Sèrox de Angicourt, ex oficial de caballería que se estableció en Roma en 1787, elaboró la Histoire de l'art par les monuments depuis sa décadence au IVe siècle jusqu'à son renouvellement au XVIe siècle (ANGICOURT 1823). La obra, compuesta por enormes in-folio y trescientos tablas, constituye, según Chastel, la primera historia del arte: "combinando el panorama de los siglos con un verdadero "museo imaginario" (CHASTEL 1978: 118).
En su obra, Angicourt dedicaba una parte privilegiada a los artistas de Toscana según una tendencia común en el siglo diecinueve de clasificar las obras, por su hacer referencia constante al texto de Dante, así como el arte antigua se había inspirado en Homero. Con este fin Chastel, evidenciando el vínculo entre texto escrito y texto visual, escribe: “se confirma la dignidad universal de un texto visual a través de la obra maestra literaria que lo explica” (CHASTEL 1978: 118).
Chastel dedica un capítulo entero al cuadro Las Meninas de Velázquez (1656) elogiando en él la presencia de todos los recursos pictóricos (CHASTEL 1978: 201).
Las Meninas recuerda también L'atelier, que Vermeer realizará algunos años más tarde (1672) y comparte una análoga simbología: "Velázquez, de hecho, ha asociado el tema del autorretrato y el tema del pintor en acción al retrato colectivo de la corte, y su obra se considera justamente una suma pictórica (CHASTEL 1978: 202). Martínez del Mazo, asistente de Velázquez hizo muchas copias de Las Meninas y anteriormente Jan Van Eyk había introducido el retrato en el espejo en el cuadro del matrimonio Arnolfini (1434). El análisis de este cuadro pone en evidencia las referencias y las citas que cualquier texto hace de otros textos y, en particular, de los motivos de la representación visual comparables a los que se utilizan en los cuentos como el retrato y el espejo. Esto confirma, según Chastel, que la incorporación del cuadro dentro de una escena de interior sea una solución constante de la pintura del siglo XVII (CHASTEL 1978: 202).8.1. ¿Existe sólo una cultura del libro?El tema central de un ensayo de Dupont (1990), que aplica un enfoque antropológico al estudio de la literatura, consiste en preguntarse si una cultura se puede fundar sólo en la escritura y en el libro como recursos de creación y trasmisión de “ideas”. La referencia a Homero nos permite volver a descubrir la presencia de culturas orales dentro de la tradición. Homero, escribe Dupont, como todas las literaturas populares, celebra la belleza serena de un mundo inmóvil, en el que el orden cósmico y el orden social constituyen una unidad: “Volver a descubrir la oralidad quiere decir darse cuenta de que no tiene sentido obsesionarse con el significado de tantos monumentos antiguos de la cultura humanista, buscando mensajes filosóficos y sutiles anotaciones psicológicas. El texto es una ilusión, un tenue indicio de un acontecimiento que necesitamos recuperar o inventar” (DUPONT 1990: 116).
La oralidad no es ausencia de escritura dado que no constituye una etapa obligada de la civilización que pasa de la memoria oral a la escrita. En la actualidad el regreso a la oralidad es vivido como una regresión y, en cambio, se exalta la importancia de la música, de la imagen y de los medios audiovisuales (DUPONT 1990: 6-7).
El libro representa un fetiche para exorcizar el miedo al olvido. Los museos, los archivos, las bibliotecas y las filmotecas son el testimonio de una memoria deificada que tiene el objetivo de multiplicar (DUPONT 1990: 8).

8.2. El contexto cultural
La antropología configura un método de investigación cuyo objeto son la literatura y las prácticas artísticas mediante las cuales una cultura se divulga y se refleja en sí misma. El enfoque antropológico consiste en volver a situar el acto literario que, como toda acción humana, remite a una dimensión simbólica perteneciente a su cultura. Precisamente porque hace referencia a una dimensión simbólica, el sentido del acto literario no puede ser deducido a través de la lectura y tampoco puede ser individuado en el contexto cultural (DUPONT 1990: 10). Dupont escribe que al nombre de Homero están vinculados versos escritos e impresos que narran las historias recopiladas en los dos títulos, Ilíade y Odisea y clasificados come literatura popular. Los versos impresos en papel incluyen un especial manual de instrucciones. En el estudio de Dupont, la palabra clave que guía en la lectura de Homero es aedo, el poeta-cantor que entretiene a los huéspedes tras el banquete. El poema cantado por el aedo es un regalo de lujo que el anfitrión hace a sus huéspedes durante el banquete. El canto compartido entre todos es un placer común, el acto de escucharlo no se puede desvincular del ritual social del banquete ni del acontecimiento en sí y del fausto que presupone: “todos los comensales tendrán que sentir placer, es decir olvidarse de todo lo demás” (DUPONT 1990: 18). El canto del aedo, el canto divino, es un relato que construye una memoria colectiva común a todos los griegos. El aedo canta guiado por las Musas, hijas de la Memoria, creadas para que los hombres olviden sus males y preocupaciones. Y este tipo de literatura – el canto - tiene el objetivo de entretener (DUPONT 1990: 33). El papel de las Musas es el de celebrar el cosmos, el orden que crea armonía entre los dioses, los hombres y el mundo. El canto del aedo ofrece a los hombres toda la sabiduría posible gracias a una memoria absoluta, atemporal y colectiva, que es conocimiento del mundo en su belleza. El canto del aedo no puede ser austero y oscuro, dado que mezcla placer y sabiduría.
Dupont compara un modelo de relato trasmitido a través de una práctica cultural – el aedo que canta en el banquete – y el que se divulga a través de un medio de comunicación – la televisión. La televisión en lugar de pertenecer, como el aedo, al espacio de la celebración se sitúa en la cotidianidad. La cultura que domina su público es la del consumo y de la publicidad del mundo Occidental, tan alejada de la técnica y del arte de la antigua Grecia.

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Tuesday, March 15, 2005

Guillermo Martínez -Elogio de la dificultad-

ELOGIO DE LA DIFICULTAD
Guillermo Martinez

Hay libros arduos cuya lectura se parece a un martirio. Conquistarlos, sin embargo, depara la felicidad de las victorias secretas.

Cada vez que se habla de lectura, maestros, escritores y editores se apresuran a levantar las banderas del hedonismo, como si debieran defenderse de una acusación de solemnidad, y tratan de convencer a generaciones de adolescentes desconfiados y adultos entregados a la televisión de que leer es puro placer. Interrogados en suplementos y entrevistas hablan como si ningún libro, y mucho menos los clásicos, desde Don Quijote a Moby Dick, desde Macbeth a Facundo, les hubiera opuesto nunca resistencia y como si fuera no sólo sencillo llegar a la mayor intimidad con ellos, sino además, un goce perpetuo al que vuelven en sus lecturas de cabecera todas las noches.
La posición hedonista es, por supuesto, simpática, fácil de defender y muy recomendable para mesas redondas porque uno puede citar de su parte a Borges: "Soy un lector hedónico: jamás consentí que mi sentimiento del deber interviniera en afición tan personal como la adquisión de libros, ni probé fortuna dos veces con autor intratable, eludiendo un libro anterior con un libro nuevo..."

Y bien, yo me propongo aquí la defensa más ingrata de los libros difíciles y de la dificultad en la lectura. No por un afán especial de contradicción, sino porque me parece justo reconocer que también muchas veces en mi vida la lectura se pareció al montañismo, a la lucha cuerpo a cuerpo y a las carreras de fondo, todas actividades muy saludables y a su manera placenteras para quienes las practican, pero que requieren, convengamos, algún esfuerzo y transpiración. Aunque quizá sea otro deporte, el tenis, el que da una analogía más precisa con lo que ocurre en la lectura. El tenis tiene la particular ambivalencia de que es un juego extraordinario cuando los dos contrincantes son buenos jugadores, y extraordinariamente aburrido si uno de ellos es un novato, y no alcanza a devolver ninguna pelota. Las teorías de la lectura creen decir algo cuando sostienen el lugar común tan extendido de que es el lector quien completa la obra literaria. Pero un lector puede simplemente no estar preparado para enfrentar a un determinado autor y deambulará entonces por la cancha recibiendo pelotazo tras pelotazo, sin entender demasiado lo que pasa. La versión que logre asimilar de lo leído será obviamente pálida, incompleta, incluso equivocada. Si esto parece un poco elitista basta pensar que suele ocurrir también exactamente a la inversa, cuando un lector demasiado imaginativo o un académico entusiasta lanza sobre el texto, como tiros rasantes, conexiones, interpretaciones e influencias en las que el pobre escritor nunca hubiera pensado.

En todo caso la literatura, como cualquier deporte, o como cualquier disciplina del conocimiento, requiere entrenamiento, aprendizajes, iniciaciones, concentración. La primera dificultad es que leer, para bien o para mal, es leer mucho. Es razonable la desconfianza de los adolescentes cuando se los incita a leer aunque sea un libro. Proceden con la prudencia instintiva de aquel niño de Simone de Beauvoir que se resistía a aprender la "a" porque sabía que después querrían enseñarle la "b", la "c" y toda la literatura y la gramática francesa. Pero es así: los libros, aún en su desorden, forman escaleras y niveles que no pueden saltearse de cualquier manera. Y sobre todo, sólo en la comparación de libro con libro, en las alianzas y oposiciones entre autor y autor, en la variación de géneros y literaturas, en la práctica permanente de la apropiación y el rechazo, puede uno darse un criterio propio de valoración, liberarse de cánones y autoridades y encontrar la parte que hará propia y más querida de la literatura.
La segunda dificultad de la lectura es, justamente, quebrar ese criterio; confrontarlo con obras y autores que uno siente en principio más lejanos, exponerse a literaturas antagónicas, impedir que las preferencias cristalicen en prejuicios, mantener un espíritu curioso. Y son justamente los libros difíciles los que extienden nuestra idea de lo que es valioso. Son esos libros que uno está tentado a soltar y sin embargo presiente que si no llega al final se habrá perdido algo importante. Son esos libros contra los que uno puede estrellarse la primera vez y sin embargo misteriosamente vuelve. Son a veces carromatos pesados y crujientes que se arrastran como tortugas. Son libros que uno lee con protestas silenciosas, con incomprensiones, con extrañeza, con la tentación de saltear páginas. No creo que sea exactamente un sentimiento del deber, como ironiza Borges, lo que nos anima a enfrentarnos con ellos, e incluso a terminarlos, sino el mismo mecanismo que lleva a un niño a pulsar "enter" en su computadora para acceder al siguiente nivel de un juego fascinante. Y los niños no ocultan su orgullo cuando se vuelven diestros en juegos complicados ni los montañistas se avergüenzan de su atracción por las cumbres más altas.
Hay una última dificultad en la lectura, como una enfermedad terminal y melancólica, que señala Arlt en uno de sus aguafuertes: la sensación de haber leído demasiado, la de abrir libro tras libro y repetirse al pasar las páginas: pero esto ya lo sé, esto ya lo sé. Los libros difíciles tienen la piedad de mostrarnos cuánto nos falta.

(Publicado en Clarin, 22/4/2001)

Wednesday, March 09, 2005

Jose Antonio Millán -La lectura y la sociedad de conocimiento-

La lectura y la sociedad del conocimiento
José Antonio Millán


- Ahora digo -dijo a esta sazón Don Quijote- que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho

1 De la información al conocimiento
La información como punto de partida
La “sociedad de la información” se nos presenta como una realidad al tiempo dominante y huidiza; pero que eso no nos asuste. Sepultados por miríadas de nuevos términos, por convulsiones empresariales y financieras, por promesas y despliegues asombrosos, no hemos tenido aún el reposo suficiente para analizar qué hay en realidad dentro de ella, e incluso más: qué hay para nosotros, qué nuevos márgenes de acción nos permite.
La información nos rodea desde hace décadas, creciendo exponencialmente: hace treinta años, la documentacion de construcción de un gran avión pesaba tanto como la propia aeronave. Hoy las cosas son del mismo modo, pero la documentación ya es mayoritariamente digital. Igual que las revistas científicas, en número constantemente creciente; y los corpus de leyes y jurisprudencias locales, autonómicas, nacionales y comunitarias; y las noticias sectoriales, generales y locales; y las informaciones de las empresas; y las transacciones corporativas; y un océano de patentes, de informaciones sobre procesos y productos. A ello hay que sumar los esfuerzos gigantescos por incluir en formato digital muchos de los libros y revistas de las grandes bibliotecas; y los documentos de los archivos.
¿Nos olvidamos de algo? Por supuesto: de los datos sobre los datos. Los catálogos: de nuevas cosas y de antiguas bibliotecas y archivos, los directorios, los resúmenes y las bibliografías, los compendios de informaciones: por área geográfica, por personas, por tema, por fecha... ¿Y los datos sobre datos sobre datos? Pues también: ahí están los catálogos de catálogos, los descriptores de descriptores; los recursos sobre recursos...
Es difícil no sentir vértigo: a una sociedad en crecimiento constante y que genera ingentes cantidades de documentos, se une la recuperación de gran parte del acervo producido en épocas anteriores, y a todo ello las herramientas para organizarlo y ordenarlo. Todo pasa a formato digital; todo acaba formando parte de la Web: todo está al alcance de la mano. Unas como informaciones abiertas, accesibles a cualquiera; otras, de acceso restringido. Pero la masa total es ingente: medio billón de páginas web, según los últimos datos; es decir: quinientos mil millones de páginas de información... al otro lado de la pantalla.

¿Como comprender su magnitud?: supongamos que se reparte una obra del tamaño de la enciclopedia Espasa a cada hombre, mujer, adolescente, bebé o anciano de Madrid (por tanto, muchas casas recibirían varias obras, y acabarían con cuatro o cinco paredes cubiertas por ellas). Ahora pensemos: todas las obras son diferentes. Y a continuación: podemos hojear cualquiera de ellas. Inmediatamente.
¿Qué experimentamos? ¿Felicidad o vértigo?
Tenerlo todo: no tener nada
Lo contó Borges en forma alegórica en su célebre relato La biblioteca de Babel. Esa fabulosa biblioteca contenía (dicho en palabras de hoy) toda la información posible, porque cualquier posible conjunto de palabras estaba en alguna de sus inagotables estanterías. Libros buenos y malos, mediocres; falsos y auténticos, medio falsos y medio verdaderos: todos. ¿Les suena a algo?
La Web es nuestra Biblioteca de Babel. Pero necesitamos utilizarla...

Espigar el hilo de un dato que necesitamos; averiguar en esta masa de informaciones de muy diversa procedencia cuál es la que nos hace falta: compararla con otra, seguirla hasta donde nos sirve, y no más allá. Localizar una tercera y una cuarta. Sacar conclusiones parciales; ponerlas en cuarentena. Buscar luego otra fuente diferente, seguir sus hilos. Volver sobre las ideas puestas en reserva y avanzar en conjunto. Repetir el ciclo una, diez veces: crear documentos provisionales, difundirlos y recibir las realimentaciones de otros. Al final -con suerte- comprender, resumir y actuar.
Las operaciones que acabamos de describir no son extraordinarias: son las habituales y necesarias en múltiples procesos diarios. Y no se limitan a la simple búsqueda de información: implican algo más. Y además se aplican a infinidad de campos. Lo que se buscaba han podido ser elementos para una investigación médica, ideas de explotación empresarial, rastros de personas o de hechos del presente o del pasado, funcionamientos de compañías o de instituciones, experiencias industriales, precedentes legales, pistas sobre nuestra competencia, ideas, señales de alarma, claves para la comprensión, para la investigación, para el negocio...
Decíamos que la mayor parte de las operaciones intelectuales que utilizan la herramienta de la Web no pretenden sólo “recuperar información”. Intentan construir un conocimiento. Esa es la meta real de las personas, de las corporaciones y de las instituciones.
Y conocimiento no es información; reparemos en los matices:
La información
El conocimiento

es algo externo
es interiorizado
es informe
es estructurado
es rápidamente acumulable
sólo puede crecer lentamente
se puede automatizar
sólo es humano
es inerte
conduce a la acción

La llave de plata
Un personaje del escritor fantástico H.P. Lovecraft emprende la búsqueda de una ciudad con cuyas cúpulas doradas en el sol de la tarde había soñado tantas veces. Perdido entre las marañas de callejuelas puede, por fin -gracias al auxilio de una mágica llave de plata-, acceder a ella. Cuando lo logra, descubre que no es otra que su propia ciudad natal: manifestada o revelada bajo una nueva luz.
Sí: la ciudad onírica estaba dentro de su ciudad real (podemos extrapolar nosotros ahora) como el conocimiento está dentro de la información: agazapado, polvoriento, esperando la llave mágica.
Y ya es hora de revelar nuestro secreto: la llave mágica del conocimiento es la lectura. Será necesario repetirlo, porque estamos subyugados por la magnitud y las virtudes de las nuevos prodigios tecnológicos, y al tiempo deberemos reaprender las potencialidades y las maravillas de algo que consideramos trivial, sólo porque lo poseemos ya, y porque nos acompaña desde hace muchísimo tiempo.
La lectura es la capacidad de los humanos alfabetizados para extraer la información textual. (Existe también la “lectura de las imágenes” de la que habremos de hablar igualmente...) Y es hora de avanzar la tesis central de estas páginas: la lectura es la llave del conocimiento en la sociedad de la información.

La colosal acumulación de datos que ha constituido la sociedad digital no será nada sin los hombres que los recorran, integren y asimilen. Y esto no será posible sin habilidades avanzadas de lectura.
Es cierto que el acceso a la información digital exige nuevos saberes. Algunos de ellos antes estaban confinados a profesiones muy especializadas (los documentalistas, los bibliotecarios). Pienso en la capacidad de manejar bases de datos, en la utilización de palabras clave para las búsquedas, en el uso de operadores booleanos (Y, O), en la indización de la documentación propia... Todo ello es real: son saberes nuevos, antes reducidos a una práctica profesional, y hoy necesarios hasta para el escolar que prepara un trabajo. Pero además de ellos, y vitalmente necesarios para la conversión de las informaciones halladas en conocimientos, está la habilidad tradicional de lectura.

Que no nos extrañe: el desarrollo humano no avanza en zigzag ni a saltos, sino que normalmente construye sobre lo anterior. La lucha por comprender y utilizar las nuevas tecnologías digitales exige muchas cosas nuevas, sí; pero presupone las antiguas. Y la más importante de ellas es la lectura.

¿Qué hay en la lectura?
La lectura es una habilidad de un tipo muy desarrollado: de hecho es la suma de varias habilidades psicológicas que se adquieren y se ejercitan a edad temprana. Como ocurre con las facultades humanas que usamos desde siempre (la maravilla del lenguaje, de la percepción visual), es difícil darnos cuenta cabal de su complejidad.
La lectura comprende, en un principio, la capacidad de discernir una letra de otra: ¿qué tienen que ver las siguientes formas entre sí?
A a a A
Poco: y sin embargo todas son la a. ¡Qué entrenamiento visual y gráfico, qué finura de apreciación requiere identificar los signos a través de tipografías, tamaños y características diferentes!
A continuación, está la habilidad para leer bloques completos de letras: las palabras. Como los lectores de este texto son avezados en la tarea, no reparan (por fortuna) en la forma en que la están realizando. Los lectores avanzados no leemos letra a letra, sino que más bien reconocemos las formas típicas, globales, de cada palabra (lo que los expertos llaman “la forma de Bouma”), y las interpretamos en conjunto:
Y no para ahí la cosa: somos capaces de descifrar no sólo la palabra en la que fijamos la vista, sino además las que se encuentran a sus costados: eso hace que podamos leer cada línea de texto en sólo dos o tres saltos de vista (en vez de en los setenta u ochenta en que lo haríamos si leyéramos letra a letra).
Pues bien: los lectores que no llegan a este estadio de lectura por bloques no han alcanzado el pleno desarrollo de la habilidad. Leerán despacio y mal...
Más maravillas: las letras convocan sonidos en nuestra mente, pero los lectores avanzados leemos en silencio. Esto es nuevo en la historia: no ha sido siempre así. Durante muchos siglos la lectura, incluso la lectura solitaria, fue siempre en voz audible. ¿Cómo lo sabemos? Un pasaje de las Confesiones de San Agustín (siglo IV después de JC) nos relata el asombro que sintió cuando sorprendió a San Ambrosio leyendo en soledad... ¡en completo silencio!
Las personas con escasas habilidades lectoras murmuran cuando leen. Otras no emiten ningún sonido, pero practican lo que se conoce como subvocalización: su glotis se mueve imperceptiblemente. Ni unas ni otras han interiorizado la conversion directa de texto en significado, y por lo tanto son lectores defectuosos y poco hábiles.

Dar forma a la información
Y ya es hora de que avancemos un paso más, y de camino nos acerquemos a lo que es el auténtico objetivo de estas páginas. En realidad, nuestra forma de leer actual -rápida, silenciosa, eficiente- fue surgiendo en paralelo al desarrollo de lo que hoy llamaríamos tecnologías editoriales. Los lectores de antiguos manuscritos leían en voz alta, entre otras cosas porque los textos estaban escritos sin separación de palabras:
intenteustedsihaceelfavorleerestaristradeletrassinpronunciarla

A medida que avanza la construcción del espacio gráfico y tipográfico en los libros, aumenta la finura de la información suministrada; a medida que los procedimientos de representación textual se refinan, los sistemas de lectura avanzan, mejoran y se automatizan. Es una dialéctica entre mejoras tecnológicas y habilidades psicológicas: en su desarrollo mutuo llegan a la evolución y eficiencia que conocemos en el libro y la lectura modernas... Ambas han crecido juntas.
Los desarrollos editoriales y tipográficos fueron preparando el terreno para lograr una extracción de información rápida y eficiente. Por una parte se crearon tipos de letra claros y legibles. Por otra, se desarrollaron diseños de página adecuados a las capacidades de lectura (líneas sin demasiados caracteres, blancos para dar descanso visual). Al tiempo, se crearon los primeros dispositivos de interactividad textual avant la lettre: márgenes amplios para acomodar los comentarios manuscritos del lector, páginas en blanco para sus adiciones y comentarios....
La producción de las obras reforzó estas características facilitadoras de la lectura: papeles de un color claro uniforme (pero no tan blancos como para que la luz reflejada hiriera los ojos); impresiones claras y nítidas, encuadernaciones que permiten el manejo cómodo de la obra...

Los recursos tipográficos ayudaron desde muy pronto a que el lector comprendiera la jerarquía de los contenidos. La división en capítulos con sus títulos y apartados estructuró las obras. Las notas al pie, las apostillas y el cuerpo menor permitieron diferenciar al texto principal de los elementos laterales, o menos importantes. Las entradas de los capítulos, los cuadros sinópticos y los esquemas resumieron la información para una consulta rápida.
Mientras tanto, la paginación permitió crear índices de contenido, y su unión con la ordenación alfabética creo los índices analíticos. Todas las tecnologías de acceso interno a la información estaban dispuestas, y pervivieron con pocas modificaciones durante cinco siglos.
Los lectores avanzados, aliados con estos dispositivos refinados de apoyo a la lectura, buscaron, encontraron y compartieron información, y crearon durante mucho tiempo la cultura de nuestra sociedad.
Hasta aquí
Bien: llegados a este punto, el lector ya debería tener claras ciertas cosas, que pasamos a recapitular:
• el manejo de la información en la sociedad actual exige capacidades desarrolladas de lectura
• la lectura es una suma de habilidades complejas
• la forma editorial de los libros ha contribuido al desarrollo de esas habilidades, y al tiempo las favorece

En la segunda parte iremos más allá: cómo la lectura permite no sólo la construcción del conocimiento, sino también su comunicación. Y para finalizar exploraremos la consecuencia natural de estas premisas: los colectivos que quieran afianzar su posición en la sociedad de la información deben favorecer la lectura. ¿De qué manera?

2 Las raíces de la lectura
Escuchar con los ojos
Con un sentido muy Barroco de la existencia, el gran Quevedo explicaba de esta forma su relación con la lectura:

Vivo en conversación con los difuntosy escucho con mis ojos a los muertos

Lo que recalcaba Quevedo era el papel de la cultura escrita como preservadora del conocimiento, como posibilitadora del diálogo con el pasado. A este rasgo -que todavía hoy se mantiene- se une ahora que la escritura es un factor clave de comunicación con nuestros contemporáneos. Ya hemos mencionado las asombrosas dimensiones de la Web, ese depósito de datos e informaciones variadas. Pero es muy probable que las comunicaciones que las personas se intercambian en los “grupos de noticias” (newsgroups) igualen en tamaño a la propia Web. Y los correos electrónicos están adquiriendo un auge extraordinario: cada minuto se envían en el mundo cinco millones de correos electrónicos. Ya hay más mensajes de correo electrónico que de voz... Y además, tenemos las nuevas formas de “oralidad por escrito”, como los chats, esos intercambios de mensajes escritos en tiempo real.
De nuevo, parece que la comunicación interpersonal, ya sea privada o semipública, descansa sobre las habilidades lectoras. Está resurgiendo el género epistolar (que desde la llegada del teléfono experimentaba un claro retroceso), con nuevas formas, con nuevos elementos -acrónimos, palabras nuevas, emoticonos (esas caritas esquemáticas que expresan emociones)-, pero más pujante que nunca. Y se ha recuperado a varios niveles: el intercambio de notas entre adolescentes que usan los mensajes cortos de su teléfono móvil, el email recordatorio o conminatorio (sin encabezamiento, de una sola línea); pero también el mensaje de correo electrónico largo y demorado, tan extenso como la mejor carta del pasado... Seguiremos hablando por teléfono, y cada vez hablaremos más a través de la red, pero el correo electrónico (o sus descendientes) permanecerán, porque presentan muchas ventajas para las personas, para las empresas, para las instituciones: la posibilidad de meditar lo que se dice, el almacenamiento y posterior recuperabilidad de los mensajes propios y ajenos...
Sí: al mundo de las relaciones personales ha vuelto la letra, y con ella la lectura.

Desde el principio
¿Cómo aprendemos a leer? ¿De dónde sacamos esas habilidades complejas que, como hemos visto, se han ido construyendo históricamente?
Hay que recordar en primer lugar el papel de la escuela, de la educación primaria. En ella se ponen las bases para la adquisición de la lectura. Ha habido un gran desarrollo de las metodologías de iniciación a la lectura y, sobre todo, la escuela actual acumula las experiencias de numerosísimas generaciones que aprendieron a leer en ella.
No se trata sólo de la adquisición de unas técnicas. Si ellas no vienen acompañadas del despertar de una motivación, de poco servirían. Los enseñantes actuales tienen a su disposición lecturas atractivas y adecuadas a muy distintos niveles (porque el mundo de la edición ha contribuido a ello creándolas). Tenemos hoy “libros blanditos”, de tela, que los infantes prealfabéticos pueden estrujar y chupar, como en una prefiguración de lo que será su futura actividad intelectual. Hay libros bellísimamente ilustrados, sin letras; o con palabras gigantescas, a una por página; con colores, texturas, materias, olores; con solapas que estirar, puertas que explorar, pirámides que se erigen al abrir una página; libros que describen el mundo real o construyen uno imaginario: la diversidad de obras para quienes empiezan a leer es inmensa, y la escuela puede aprovecharlas. Hay que añadir que no podrá hacerlo sin recursos, sin bibliotecas en los centros, sin profesionales para su animación...
Además la enseñanza, desde sus primeros niveles, tiene la misión de poner al alumno en contacto con las complejas tipologías de materiales de lectura contemporáneas: no sólo el libro, sino también la revista, el periódico o el catálogo; no sólo el artículo, sino también el gráfico o la publicidad. Los alumnos deben crecer educados en la multiplicidad de los soportes y modalidades de la información, y eso les va a servir de mucho en un medio (como el digital) extremadamente variado y flexible.

Leer imágenes
Una observación, al hilo de todo esto... Parte de la educación escolar de hoy -con el apoyo de los libros de texto y materiales complementarios- intenta también dar herramientas para la interpretación de los gráficos, esquemas y yuxtaposición de imágenes. En origen, esta es la respuesta de la enseñanza a la eclosión de lo que se dio en llamar “la sociedad de la imagen”, pero encontraremos también que resulta de especial utilidad para manejarse en un medio mixto como el que supone la Web.
En concreto, es necesario saber interpretar la contigüidad de imágenes y textos (que a veces crea relaciones más insidiosas -por lo ocultas- que los puros encadenamientos textuales). Hace falta comprender los límites de los testimonios “reales”: el video no es la acción; la foto no es la cosa; la parte no es el todo... Hay que entrenar en la interpretacion de los gráficos, cuadros, esquemas y ayudas infográficas, tan presentes en la información contemporánea, porque pueden transmitir interpretaciones sesgadas, o directamente erróneas de los datos.
En suma: el lenguaje de las imágenes, y de las relaciones de éstas con el texto, exige una formación independiente, que las escuelas -y los textos que en ellas se usan- están procurando también dar.

Crecer en la lectura
Pero la enseñanza escolar es sólo el principio. Las complejas habilidades que, como hemos visto, moviliza la lectura exigen no sólo que la persona que aprende se encuentre en un determinado nivel de maduración neurológica; no sólo que se inicie en los rudimentos del descifrado de textos, sino que estas disposiciones se activen y ejerciten durante largo tiempo. Un lector avanzado, una persona que puede enfrentarse con un texto en condiciones óptimas de aprovechamiento y velocidad, sólo se forja a lo largo de años de práctica.

De ahí la importancia (en esta materia, como en otras muchas) de compartir la formación escolar con la del hogar. El niño que no crece en un ambiente de lectura en su casa, difícilmente podrá alcanzar plenamente las capacidades para tratar con textos. El que no disponga de una variedad suficiente de tipos de obras no aprenderá a vérselas con los distintos niveles de acceso a la información escrita: la lectura profunda, la búsqueda de un dato específico, la lectura somera rastreando una idea...
Sí: la riqueza en libros y en publicaciones, la abundancia en lectura de un medio familiar (o en una biblioteca pública: luego abundaremos en ello), es la mejor garantía de un desarrollo pleno de las capacidades lectoras. La falta de hábitos y de ocasiones de lectura hará muy difícil el pleno desarrollo de esas potencias. Y la persona que no las tenga está muy mal preparado para la sociedad de la información: así de simple.
Pero a su vez, ¿cómo conseguir el clima social que dirija hacia esta importante práctica? ¿No están nuestros medios de comunicación exacerbando la orientación hacia los elementos multimedia (imagen y sonido) de la sociedad de la información, con absoluto olvido de la lectura? Si nuestras tasas de lectores son tan bajas en comparación con los países a los que deberíamos equipararnos, ¿no es en parte por la falta de un auténtico clima mediático en su favor? Que una modernidad mal entendida no nos prive del necesario apoyo en un tema clave...

Una sociedad lectora
Quien visita Nueva York o Seattle, tenga o no la oportunidad de encontrarse con los artífices de las compañías que están cambiando el mundo, puede tener sin embargo una experiencia crucial. Aborde un transporte público; móntese en el metro o en un ferrocarril de cercanías y mire en torno. Una mayoría de las personas a su alrededor están leyendo, y muchas de ellas leen libros: las baratas ediciones paperback (o rústica) que ha sido la gran aportación de la cultura anglosajona al mundo del libro; los libros aún con el tejuelo de la biblioteca pública, tomados en préstamo por una o dos semanas... Otros están enfrascados en periódicos, revistas...

Así son las cosas. La cultura que dicta los rumbos del mundo contemporáneo desde sus empresas y universidades, la cultura que acumula una proporción de premios Nobel por habitante superior a cualquier otra, es una de las culturas más lectoras de la Tierra.

No es un caso único: los visitantes de Japón observan también sorprendidos la proliferación de lectores públicos, hasta tal extremo que hay una figura que ha necesitado la acuñación de una palabra nueva en su lengua: “el-que-lee-de-pie-en-la-librería”. Sí: estos lectores ávidos y de poco dinero, a los que se consiente su actividad silenciosa junto a la mesa con las novedades, son otro exponente de cómo lectura y avance van juntos...
Porque (llegamos a un nuevo flanco vital), allí donde el sistema educativo no pueda acompañarnos más; allí donde los hogares, por motivos históricos o económicos, no puedan proporcionar los medios para crecer en la lectura, una potente red de bibliotecas modernas y bien dotadas es el lugar donde adquirir los medios para seguir. ¿Hay que recordar cómo las sociedades más lectoras y avanzadas del mundo abundan también en bibliotecas abiertas a todos? Las pequeñas bibliotecas suecas, donde los niños aprenden a ir a jugar con libros; las bibliotecas públicas americanas, donde cualquier ciudadano busca -y encuentra- el dato que le falta, el libro que necesita para su hobby. Y en todo el mundo avanzado los bibliotecarios han devenido, además, particulares Ariadnas de las telarañas electrónicas (guiando a su público también en la Web), en una demostración de cómo lo antiguo y lo nuevo muchas veces se pueden complementar...

El papel del libro, y el libro de papel
Volvamos un momento sobre la consolidación de los hábitos lectores. Para aprender a leer hay que leer mucho (como para montar en bicicleta, o para nadar, hay que hacerlo mucho).
Y por fortuna, hay mucho que leer. El mundo editorial español es especialmente rico, no sólo en número de nuevos libros al año, sino en la calidad de sus contenidos, e incluso en aspectos materiales de composición o de fabricación. Un paseo por nuestras librerías es en sí mismo toda una invitación a la lectura. Sin esta oferta, constantemente presente en las librerías, y remansada en las bibliotecas públicas y de las instituciones, no habrá tantas ocasiones y acicates para lanzarse a la lectura. Y por tanto, no habrá un número considerable de buenos lectores. Y por tanto, nuestros jóvenes, nuestros profesionales, nuestros investigadores, no estarán preparados para convertir la información en conocimiento.
Cuentan de don Jacinto Benavente, dramaturgo y uno de nuestros premios Nobel, que al presenciar los avances de la cinematografía (el sonido, la aparición del color, las promesas de cine en tres dimensiones, ...) comentó: “Con tanto mejorar el cine, ¡van a acabar por inventar el teatro!”. Ya existen dispositivos dotados con pantallas para leer, aunque aún son imperfectos. Se anuncian (aunque habrá que esperar a verlos) el “papel electrónico”, y la “tinta electrónica”, que al final serán láminas flexibles, con letra bien legible sobre ellas.
Pues bien: cuando hayan reinventado el papel sera tan bueno leer sobre estos dispositivos electrónicos como sobre un libro tradicional, pero antes no...

Y es hora de recapitular
¿Es realmente así? ¿Podemos afirmar sin dudas que la riqueza y diversidad de la oferta editorial, unida a la acción de la escuela en iniciación y promoción de la lectura, y al hogar y las bibliotecas públicas como medio para su consolidación, son nuestras bases más sólidas para preparar a nuestros ciudadanos para la sociedad de la información?
Radicalmente, sí.
Puede que esta afirmación no suene muy a la moda: parece más oportuno demandar equipos informáticos en las escuelas y hogares (que por supuesto, está muy bien que tengan), y tarifas económicas y calidad para las conexiones a Internet (que son claramente necesarias). Cualquier persona sensata se uniría a estas peticiones, que además, se pueden cumplir rápidamente, mientras que mejorar nuestras escuelas y bibliotecas, mover nuestra sociedad hacia la lectura -no nos engañemos- llevará necesariamente años...
Pero si no lo hacemos, nuestros ciudadanos acabarán accediendo a las redes sólo para comprar y bajarse canciones, para charlar y pescar un dato (lo que está muy bien), pero carecerán de la habilidad de navegar con eficiencia y aprovechamiento los océanos de información. No sabrán utilizar sus contenidos y construir con ellos un conocimiento que además luego puedan comunicar...

Porque tras la práctica de la lectura hay algo más, difícilmente mensurable, pero tan básico que no he podido sino dejarlo para el final. La lectura (al lado de la influencia de los padres, de los buenos profesores) forma en la construcción de una articulación intelectual. Hacia el interior: en la forma en que se organizan nuestros mundos conceptuales y sensibles, en el modo en que integramos en conjuntos coherentes las miríadas de retazos del universo que nos rodea. Hacia el exterior: en la forma en que aprendemos a jerarquizar, sopesar y modular lo que hemos atesorado dentro, para transmitírselo a otros.
La práctica de la lectura entrena en la comunicación con el otro, tanto como forma interiormente: leer (ficción o ensayo, un libro de cocina o una guía) es hacerse momentáneamente otro, es percibir en propia carne los esfuerzos con los que un autor ha tratado de trasmitirnos las desdichas de dos amantes o la elaboración de un plato delicado. Y el autor se ha dirigido, salvando a veces abismos de tiempo y espacio, a la idea que tenía de sus lectores. En el choque entre el lector soñado por el autor y nuestras reales expectativas lectoras es donde surge la tensión de la apropiación intelectual.

Leer es pactar, más que recibir.
Y eso es básico hoy en día: cada vez más. A diferencia de los medios tradicionales, la Internet es un canal que va de muchos hacia muchos: el ciudadano de la red es tanto un receptor, un usuario de informaciones, como un emisor, un creador de mensajes destinados o a una persona (correo electrónico), a un grupo (listas de distribución), o al público (webs, páginas personales). Hoy se rehacen empresas enteras sobre la base de la gestión del conocimiento, que no es otra cosa que el reconocimiento de que lo básico es la circulación del saber entre sus miembros. Y la práctica de la lectura no es sólo un entrenamiento para la comprensión, para la decodificación, sino la base más firme para la comunicación con otros.

A modo de preludio
Ahora sabemos que quienes, desde el sistema educativo y las editoriales, desde los hogares y bibliotecas luchaban por la lectura, estaban también trabajando por la sociedad de la información y del conocimiento: antes de que existiera.
La sociedad en su conjunto tiene que defender la práctica extensa y gozosa de algo en lo que ya no nos jugamos sólo la pervivencia cultural, sino la entrada en la sociedad del mañana.
Esto no es una conclusión. Esto es -debería ser- el comienzo de algo muy grande. Como el soñador de Lovecraft, hemos descubierto que la ciudad mítica y dorada que perseguimos se encuentra ya ante nuestros ojos, la poseemos. Ya tenemos la llave de plata.
Usémosla.
José Antonio MillánLicenciado en Filología Hispánica. Ha sido director editorial de Taurus Ediciones. Dirigió la edición en CD-ROM del Diccionario de la Real Academia y del Centro Virtual Cervantes en Internet. Es autor de novelas y cuentos, entre ellos C., el pequeño libro que aún no tenía nombre, traducido a numerosas lenguas. Forma parte del comité ejecutivo del Instituto de Historia del Libro y la Lectura. Es gestor del sitio web especializado en temas de lengua y edición <http://www.jamillan.com/>.