A veces he soñado, al menos, que cuando el día del juicio amanezca y los grandes conquistadores y abogados y hombres de Estado vayan a recibir sus recompensas -sus coronas, sus laureles, sus nombres grabados indeleblemente en mármol imperecedero-, el Todopoderoso se dirigirá a Pedro y dirá, no sin cierta envidia cuando nos vea venir con libros bajo nuestros brazos, “Mira, esos no necesitan ninguna recompensa. No tenemos nada que darles aquí. Les gustaba leer”. Virginia Woolf -Un cuarto propio y otros ensayos-

Me gustaría comprar todos los libros de Tolstoi y Dostoievski que ya leí pero que no tengo en mi biblioteca. También los de Daudet. Y los de Victor Hugo. A veces me pregunto qué hice con esos libros, cómo fui capaz de perderlos, en dónde los perdí. Otras veces me pregunto para qué quiero tenerlos si ya los leí, que es la forma de tenerlos para siempre. La única respuesta posible es que los quiero para mis hijos. Sé que es una respuesta tramposa: uno tiene que salir de casa a buscar los libros que lo esperan.

Roberto Bolaño

Saturday, May 27, 2006

Luis Beltrán Almería -Canon y utopía-

Canon y utopía.
Luis Beltrán Almería

No parece haber un dominio común a los conceptos de canon y utopía. Al menos, la crítica actual no lo ha encontrado ni necesitado. Quizá, por eso, sea conveniente explicar que, ante todo, me interesa esa oposición radical, esa provocación que parecen suscitarse ambas ideas. Canon es sinónimo de conservadurismo, es la herencia del pasado, la autoridad y el autoritarismo. Utopía es sinónimo de radicalismo, es la esperanza en el futuro, la crítica y el criticismo. Un tema, el canon, es hoy omnipresente en la crítica literaria americana (no así en la europea). El otro, la utopía, es hoy un tema ausente de la crítica literaria de Europa y América. Bien podría decir que la única imagen que puede acoger al mismo tiempo los conceptos de canon y utopía es esa efigie del dios Jano, el dios del templo con dos puertas y dos caras: la que mira al pasado y la que mira al futuro.
La efigie de Jano es útil para proponer una imagen de esta ponencia, pero no resulta muy útil como imagen de la crítica literaria de hoy (de la segunda mitad del siglo XX). El pensamiento crítico actual está claramente volcado hacia una de las dos direcciones: la del canon,
la del pasado. Y, aunque la crítica del canon sea hoy uno de los temas favoritos de la crítica, lo verdaderamente llamativo es que esa actitud crítica no es capaz de incorporar una proyección hacia el futuro. Y es de esa incapacidad para afrontar el futuro y para ver el futuro en la literatura de lo que les voy a hablar en esta ocasión.
El debate sobre el canon
Dos aspectos me han llamado la atención acerca del debate sobre el canon: que es un debate fundado en la inseguridad, en la desconfianza, y que representa la última versión de un viejo debate: el problema de la identidad. Quiero decir con esto que no me voy a referir ahora a la dimensión progresista y liberal de la crítica del canon, una crítica antidogmática, que denuncia la exclusión de grupos sociales del mundo de la creación, la servidumbre de los criterios de valoración puestos en práctica habitualmente por la crítica canónica y los intereses que mueven a las instituciones que han creado y preservado el canon. El lema liberal de "abrir el canon" a los excluidos expresa una voluntad de integración y de participación loable y deseable. Pero no siempre las buenas voluntades se corresponden con las dinámicas creativas y trasformadoras. Y, por desgracia, creo que éste es uno de esos casos.

Por esta razón voy a tratar de exponer mi crítica a la crítica del canon, a riesgo incluso de ser confundido con la crítica conservadora. Retomaré, en primer lugar, el problema de la inseguridad valoradora y de la desconfianza ante la crítica tradicional y ante el canon mismo. Esta desconfianza ha generado esa imagen de la selección del canon mediante la votación secreta de una élite, envuelta en un cierto aire conspirativo. He de admitir que no falta algo de verdad en esa imagen ingenua. En España ha sido hasta ahora el Estado el que impone en la Enseñanza Media una serie de autores y obras. Y, aunque los profesores gozan de cierta libertad, para variar el contenido de los programas del Estado, la verdad es que la inmensa mayoría se atiene estrictamente al canon oficial, e incluso ve mal las innovaciones minoritarias. Y esto ocurre no sólo para la literatura española, el mismo fenómeno se repite en la enseñanza de las literaturas gallega, catalana y vasca. Pero esto nos desvía de lo fundamental: la desconfianza y la inseguridad valoradora. En verdad, estos sentimientos de desconfianza e inseguridad están en la Modernidad muy extendidos en los diversos dominios de la investigación ideológica. Tan extendidos están en la filosofía, la historia, las ciencias sociales, la filología, la estética e, incluso, la política que, en mi opinión, constituyen las características básicas del pensamiento occidental del siglo XX, lo que suelo llamar relativismo. Casi toda la filosofía de este siglo se funda en la desconfianza respecto a la posibilidad de alcanzar la verdad, ya sea por causas ontológicas o por la escasa fiabilidad del lenguaje (de ahí toda la corriente de la filosofía del lenguaje orientada ya sea a la búsqueda de un lenguaje ideal, científico, ya sea a la búsqueda de las condiciones idóneas de significación del lenguaje corriente). También la crítica literaria está empapada de desconfianza e inseguridad. Esos sentimientos no han hecho otra cosa que crecer, y los movimientos postestructuralistas y el nuevo historicismo son la expresión más clara de esa desconfianza. Pero la propia crítica literaria moderna, la que inauguraron hace ahora dos siglos los filólogos alemanes, incluso en los momentos de mayor autoconfianza en sus fuerzas, se ha fundado en la inseguridad. Es una característica esencial de la crítica literaria moderna (esto es, la de los siglos XIX y XX) la ausencia de una escala positiva de valores. Del conjunto de discursos críticos que recorren la filología moderna, la evaluación ha sido (y es) su punto más débil, su talón de Aquiles. Se ha querido cubrir este vacío con una reducida serie de principios retóricos: la adecuación forma-contenido, la novedad/originalidad, hasta que un discurso liberal-radical ha dado en denunciar que tras la falacia de los valores estéticos se esconden intereses particulares y valores ideológicos. Es decir, que también por el poco transitado camino de la evaluación llegamos al topos de la desconfianza, si bien, aquí hay que reconocer que hemos partido ya desde el muy cercano topos de la inseguridad.
Los defensores de la desconfianza suelen argumentar al verse acusados por los sectores conservadores de irracionalismo que no cabe actitud más racional hoy que la desconfianza. Pero callan que esa desconfianza va unida por un cordón umbilical a la inseguridad. Desconfianza e inseguridad son una pareja gemela y, en verdad, resulta una pareja poco productiva. Si trasladamos el criterio de la productividad a la crítica del canon veremos que esta se agota en la reivindicación de los valores de los sectores discriminados (las mujeres, los y las homosexuales, las minorías). Y esta tarea tiene un valor innegable, pero limitado. Innegable porque aporta argumentos en la lucha contra la opresión, pero limitado porque no enseña gran cosa acerca de lo que es y de lo que cabe esperar de la literatura misma. Y quizá convenga que añada a continuación que lo que yo espero de la literatura no es una aportación neutra a la cultura, ni tiene un destino exclusivamente académico. Lo que espero de la literatura es precisamente reflexión, argumentos contra la opresión, pero argumentos de un calibre muy superior a los que puede aportar la crítica del canon. Y con esto estoy refiriéndome al segundo argumento de este artículo, a la utopía, pero antes de entrar en ello me detendré en el segundo aspecto que quiero destacar de la crítica del canon: la cuestión de la identidad.